La geografía de Egipto es una disposición longitudinal en torno al eje vertical que forma el río Nilo recorriéndola desde las montañas del sur hasta la costa mediterránea. Este cordón fluvial, el más largo del mundo, tiene color propio al que los árabes llamaron «al-lawn an-nil», el color del Nilo, y al que nosotros conocemos como añil.

NILO, EL RIO DE LA VIDA

El río Nilo es, desde 2004, el segundo más largo del mundo. Con sus más de 6.600 km de longitud recorre África en sentido longitudinal convirtiéndose en un extraordinario corredor ecológico que conecta el Ecuador con la costa mediterránea. Sólo la Cordillera de los Andes le supera en este sentido, puesto que, siendo el Amazonas varios cientos de kilómetros más largo, no requiere de las condiciones estables de la ribera para mantener su homogenenidad ambiental, dada la trayectoria casi paralela que tiene su cuenca con la línea del paralelo 0.

Esta conectividad debió permitir el intercambio de biodiversidad a lo largo de su cauce, poniendo en contacto biomas tan distintos como los ecuatoriales, tropicales y mediterráneos. Entre uno de esos elementos, estuvieron los humanos del contorno centroafricano de donde proviene el río.

Parece ser que esos homínidos, de ocupación cazadora y pastoral tradicional que deambulaban de forma nómada por el ancho cono africano, no tuvieron ningún problema para encontrar refugio en el ámbito fluvial cuando las condiciones del actual Sáhara cambiaron hace unos 8000 años volviéndose de aridez extrema y obligandoles a cambiar sus modos de vida.

Hallazgos recientes sugieren que la tradición de orientar estructuras sagradas se había iniciado varios milenios antes de lo que se pensaba en las orillas de un gran lago extinto en un enigmático paraje en medio del Desierto Occidental conocido com Nabta Playa., una cultura de pastores de ganado vacuno, posiblemente similar a la de los actuales masai, erigió una serie de megalitos en largas alineaciones, o lo que es más interesante, formando un pequeño círculo de piedra o crómlech” (Belmonte Avilés, 2012).

El espacio y los tiempos coinciden con la zona geográfica que se considera origen de la Agricultura, el creciente fértil, en el extremo oriental del Mediterráneo. Pocos lugares mejores que el gran río para el mantenimiento de cosechas periódicas y seguras, porque en él confluyen una serie de circunstancias que lo hacen único en el mundo: caudal regular, crecidas predecibles, aporte de limo nutritivo, ausencia de heladas y de lluvias en su entorno.

En base a ello se desarrolló una asombrosa cultura que, junto con la China es la más antigua de las que se conocen y la de mayor duración. Con aquella guarda en común su vinculación fluvial y su asociación con el monzón del Índico (Pulido, 2015).

El Nilo no es el gran río de Egipto, más bien Egipto es el territorio al que el Nilo dio configuración de país. “Sin el Nilo, no podría haber habido un Egipto” (Tyldesley, 2011). Es el primer gran Estado que se conoce en la Historia con la unificación llevada a cabo por el rey Narmer (también conocido como Menes) hacia el año 3050 a.C. Nada más y nada menos que hace unos 5000 años. Antes de eso, otros modos de organización configuraron el conjunto de una sociedad que evolucionó a lo largo del tiempo en la medida que sus recursos se iban acrecentando.

El gran río discurre por una vega inmensa. Merced a sus aguas y la permanente favorabilidad térmica de su clima (mínima media anual mayor de 12ºC) permite el mantenimiento siempre verde que se ha producido de forma constante durante milenios. Alejado de esa franja fluvial, el desierto.

El amarillo ocre es el color del imperio de roca y arena que se esparce desde los bordes del paraíso fluvial hasta los confines de la tierra que besa la orilla del mar. Un océano arenoso ocupa África desde el Atlántico hasta el mar Rojo y al que los árabes llaman as Sahrá.

Ese color, que técnicamente se conoce como PY43 (pigment yellow 43) tiene el nombre de la primera gran ciudad que servía de frontera en el país del Nilo. Sewnet, conocida como Siena por los griegos, as Swan por los árabes y Asuán por su nombre actual.

Estos tres colores han sido los condicionantes que han definido el devenir del país durante milenios. El rio añil garantía de fertilidad, el verde generador de riqueza agroganadera y el siena de la piedra en la que dejó escrita su historia milenaria. Tal debería ser su bandera, como fiel reflejo no sólo de su paisaje sino de los elementos que hicieron de esta tierra la más importante de todo occidente siendo la base de la civilización mediterránea. “Los antiguos egipcios desarrollaron en torno al Nilo una cultura muy elaborada en los tres milenios anteriores a nuestra era, cultura que cartografió por completo el cielo creando un firmamento lleno de imágenes de dioses y de animales, milenios antes que los griegos” (Belmonte Avilés, 2012).

Que el límite estuviera en aquel punto es debido a que justo allí empieza el tramo agrícola interesante. Los escasos 100m de altitud que presenta en Asuán el curso del río lo convierten en un remanso de aguas tranquilas, fácilmente gobernables y navegables.

Desde allí 850 km hasta la antigua Menfis y 1000 km hasta la línea de costa generan uno de los valles fluviales más importantes de todo el mundo. Por otra parte, la escasa acción erosiva de la dinámica costera del Mediterráneo permitió el acúmulo de sedimentos en su contacto dando lugar al Delta del Nilo, el más grande del mundo, con casi 2, 5 millones de ha de superficie.

Con una anchura promedio de 15 km cultivables a lo largo de su curso, la vega del Nilo dispuso de aprox. 1,5 millones de hectáreas de magnífica tierra de aptitud agrícola. Es lo que se conoció como Alto Egipto. Su capital Menfis, se situaba en la cabecera del Delta, Bajo Egipto, como conexión entre ambas.

En total casi 4 millones de hectáreas cultivables en regadío, algo que, vista la producción cultural que desarrollaron, no tuvo parangón en otra parte del mundo durante la Antigüedad. Sin duda alguna, el ideario del paraíso terrenal frente a la adversidad del contiguo desierto. Para tener una idea comparativa valga la mitad de la superficie de Andalucía puesta en cultivo de regadío.

La crecida anual
Khnum habita en la frontera meridional de Egipto, en la isla de Elefantina. Desde aquí controla las aguas de la inundación, que llegan a Egipto desde el Nun por una caverna subterránea secreta,.., el Nilo no sólo era el centro de Egipto, era básico para el pensamiento faraónico, para los egipcios resultaba imposible imaginar una tierra sin río y cualquier representación del más allá incluye siempre algún tipo de vía acuática. Por ello resulta muy difícil comprender por qué los egipcios nunca llegaron a tener una auténtica deidad fluvial. En vez de ello, tenía a Hapy, el dios de la inundación, que en ocasiones también representa al río,…, Se creía que Hapy vivía en cavernas subterráneas cerca de Asuán, donde como es lógico, era ayudado por dioses cocodrilo y diosas rana. Su potencial era innegable,…, como controlador de la inundación, Khnum estaba asociado tanto al renacimiento como al barro del Nilo, un recurso de inmensa importancia económica y acceso libre,…, El barro, o la arcilla, era una sustancia misteriosa y mágica capaz de adoptar y mantener una forma, Khnum daba forma a los seres humanos y sus almas con la arcilla que moldeaba en su torno de alfarero.” (Tyldesley, 2011).

Khnum, señor de los cocodrilos, estaba relacionado con las diosas Satis (Sotet) y Anukis (Anuket), guardianas de la primera catarata del Nilo, cuyos templos se han encontrado en las islas de Elefantina y Sahel respectivamente (Belmonte Avilés, 2012).

Cada año, de forma repetitiva el Nilo marcaba el ciclo de la vida de Egipto. Eso hizo imprescindible conocer los tiempos. Para ello recurrieron al cielo porque según su parecer, todo estaba escrito en la bóveda celeste. Y así establecieron el ciclo anual creando el calendario de 365 días. Estaba dividido en 12 meses de 30 días agrupados en tres estaciones de a cuatro: Akhet (Inundación), Peret (Germinación) y Shemu (Sequía). Los meses se identificaban con un numeral junto a la estación correspondiente. A estos se les sumaban los “cinco sobre el año”, llamados “epagómenos” (Belmonte Avilés, 2012), estos días se consideraban fuera del ámbito de la diosa Maat y eran dominados por el Caos. Es por ello que se dedicaban a celebraciones y fiestas con la pretensión de alejar los malos augurios.

Este, junto con el número de horas que duraba el tránsito nocturno de Ra, es el sentido mitológico y simbólico de esa cifra. A partir de ahí, las doce tribus de Egipto, los doce apóstoles, los doce signos del zodíaco y similares de su entorno próximo hay que entenderlo como un derivado, “durante la noche, Ra nunca navega sin compañía” (Tyldesley, 2011).

Como no contaban con los años bisiestos, el calendario civil se desplazaba 1 día cada cuatro años con respecto al ciclo anual. Eso generó ciertos desfases en una historia tan larga, que incluso permitió ajustes espontáneos (ciclos de unos 1400 años).

El mes de Akhet empezaba con el orto helíaco (salida sobre el horizonte por la posición del sol) de la estrella Sopdet o Sotis (Sirio), y por eso este astro alcanzó gran relevancia en la astronomía egipcia, dado que anunciaba el aumento de las aguas del Nilo. Y así se asoció con la diosa Satis de Elefantina, mientras que su pareja Anuket se asociaba a Canopo (la estrella alfa-carinae de la antigua constelación de La Nave), una estrella igualmente brillante, más propia del Hemisferio sur y que sigue en su orto a Sirio (Belmonte Avilés, 2012).

La crecida del Nilo, es debida al Nilo Azul, cuya cuenca recoge las lluvias del monzón del Índico que llegan a descargar en las montañas del sur de Etiopía, a unos 2500 km desde Asuán (Lago Tana). Esto sucede entre finales de primavera y finales de verano. Esta situación diferida, en un entorno de aridez extrema como es el desierto egipcio, hizo que esa dinámica fluvial se considerase como un regalo divino.

La ausencia de correlación entre precipitación y escorrentía asoció la inundación a un proceso mágico. No se conoce el efecto en el entorno desértico y por tanto la lluvia no tiene representación en los testimonios históricos ni en su iconografía mitológica. No hay deidad de la lluvia en la mitología egipcia. Sin embargo la barca y el tránsito sobre el río como símbolo del ciclo vital, resulta constante.

Durante esos tres meses, el Nilo Azul aporta aproximadamente el 80 por 100 del caudal del río. Una vez que llegado a su unión en la ciudad de Jartum discurre conjuntamente en un solo curso (unos 5000 m³/seg frente a los 950 m³/seg promedio del Nilo Blanco).

La crecida era un incremento progresivo, sin torrencialidad. “Una vez que empezaba a apreciarse en Elefantina, tardaba entre cuatro y seis semanas en ser visible en Menfis, la capital. Durante este tiempo las aguas se iban desbordando por las orillas hasta que en septiembre alcanzaban su máximo. Entonces su altura permanecía estable durante unas pocas semanas, antes de comenzar a descender lentamente hasta mayo-junio del año siguiente, cuando todo el proceso se repetía de nuevo con inefable regularidad (Parra, 2011). Queda claro así cómo el Nilo marca el calendario, empezando el año con el inicio de su crecida y por qué su duración cuatrimestral es el patrón que marca la organización periódica del año.

La inmensa cantidad de materia en suspensión que transporta la crecida en forma de limo y barro, amén del perfil convexo de la llanura de inundación del Nilo en Egipto, son los responsables de la facilidad agrícola de la que habla Heródoto. Al irse retirando las aguas el limo de la crecida se acumula en forma de montículos longitudinales aproximadamente paralelos y de entre 1 y 3 metros de altura(Parra, 2011).

Estas albarradas naturales se cerraban mediante diques artificiales en dirección transversal creando charcas de retención donde el agua se acumulaba y se iba perdiendo lentamente por filtración a media que se retiraba la lámina del río. De ese modo conseguían disponer de terreno suficientemente húmedo para el cultivo (Peret) que se mantenía así hasta el momento de la cosecha (Shemu). Puede considerarse el precedente mediterráneo de los bancales y las albercas. También de los estanques de pesca, porque los peces que quedaban atrapados eran de captura fácil.

Los cultivos del Antiguo Egipto no debían ser muy diferentes de los actuales, dada su posición privilegiada para contactar con India, salvo los procedentes de la aportación americana a partir de la globalización marítima del siglo XV. A día de hoy, poco parece haber cambiado el modus operandi en las zonas rurales más modestas, salvo la ausencia de la inundación y la necesidad de bombeo para la elevación del agua. El estercolado orgánico que enriquece y da textura al limo del rio sigue siendo fundamental para consolidar el suelo, si bien la agricultura química moderna no deja de ser sus seguidores.

No obstante, a nivel ecológico puede decirse que el Nilo es un río muerto, un calificativo un tanto injusto para un curso que ha dado la vida durante milenios. El intenso y milenario uso agrícola de sus riberas no deja lugar a la vegetación espontánea, salvo algunos matorrales, el papiro y poco más. Las grandes presas que se han construido en el pasado siglo acabaron con la inundación; ponen en riego nuevas zonas, generan utilísima energía eléctrica, pero han acabado con la dinámica natural del río impidiendo la conexión natural de la biodiversidad acuática así como el aporte de limo que era tan necesario para la agricultura y para la existencia del gran Delta. Ahora, la fuerza erosiva del mar supera al empuje del río y hace retroceder la línea de costa, generando además otros problemas.

Desde tiempo antiguo se introdujo el búfalo de agua, proveniente del sureste asiático, para la realización de tareas en el campo, así como su uso ganadero.

Es conocido que el corredor nilótico sirvió para contactos asiduos de origen comercial con la tierra de Nubia y el África interior. Carente de maderas de calidad en el entorno desértico o las tierras inundables, las maderas duras del interior continental, fueron apreciadas para la construcción ornamental y para los ajuares funerarios. Asimismo, el marfil. La importancia africana en el comercio global a lo largo de la historia es algo que nos resulta poco conocido en occidente (Hobson, 2006).

A su vez, las costas del mar Rojo permitían el contacto marítimo con la India, tierra también de grandes ríos y potencial agrícola, conciencia espiritual y proveedora de productos exóticos como las especias y los perfumes.

Durante la época de inundación, la imposibilidad de ejercer tareas agrícolas ponía a disposición de las obras faraónicas a gran cantidad de mano de obra. Al menos cuatro meses, podían dedicar su tiempo a tales quehaceres. Después, el personal no especializado, volvía a sus tareas en el campo.

La producción anual agrícola se evaluaba en base al nivel de la crecida. Para ello se instalaban estructuras que permitían medir la elevación de las aguas, a las que se han llamado “nilómetros”. A partir de ello se calculaba la producción anual de los campos. Con carácter bisanual se celebraba la ceremonia de “El Seguimiento de Horus”, en el que el faraón viajaba en barca desde Menfis hasta Abydos con su cortejo de funcionarios estatales. “No sólo servía para que el soberano fuera visto y su poder sentido, sino también para llevar a cabo el recuento del ganado» (Parra, 2011), es decir, la recaudación de los impuestos.

La gran crecida se aprovechaba también para la navegación fluvial descendente, con el transporte de cargas pesadas como los grandes bloques de piedra procedentes de las canteras del sur.

Todo ello hizo de Egipto una potencia económica de primer orden. La producción debió ser ingente. Teniendo en cuenta que sus obreros no eran esclavos sino que eran mano de obra asalariada (Parra, 2011), la energía que debió emplearse en la excavación, transporte de materiales, construcción y ornamentación de entidades como el complejo de Karnak, debió ser enorme.

Mitología
El Nilo dador de vida surgía de las aguas del Nun en algún lugar al sur de la ciudad fronteriza meridional de Asuán y fluía hacia el norte para desembocar en el mar. Bordeando ambas orillas del río se encontraba la fértil Tierra Negra. Más allá se encontraba la desértica Tierra Roja, seguida de las montañas y las descontroladas tierras extranjeras, donde reinaba el caos” (Tyldesley, 2011).

La trascendencia del río en el surgimiento de Egipto y su devenir histórico quedó marcada en su cosmogonía y mitología. Así la creación del mundo surge con la aparición del Ente Creador sobre la colina primigenia en Iunu (Heliópolis) tras la retirada de las aguas. “En un principio nada existía, excepto las profundas y oscuras aguas del Nun. No había tierra ni cielo. Tampoco dioses, gente, luz o tiempo. Sólo las interminables e inmóviles aguas del Nun; pero muy dentro de ellas flotaba un huevo perfecto. Y atrapado dentro de ese huevo perfecto había una solitaria chispa de vida. De repente, de forma inexplicable, el huevo se abrió. La vida se liberó de la cáscara que la contenía y, con una explosión de energía, una colina emergió de las aguas. Sentado sobre esa colina se encontraba el dios Atum. Atum se había creado a sí mismo. Ahora brillaba como el sol, llevando luz a su mundo recién nacido. Solo en su colina, Atum se puso a crear la vida” (Tyldesley, 2011).

Es evidente en ese relato la equiparación del huevo a la flor del loto, que emerge del lodo sumergido y se abre en superficie con forma de estrella radiante y su clara conexión con la mitología hindú (Guénon, 1995). Asímismo, también resulta manifiesta su vinculación bíblica.

Seth, el rojo, será el dios del infértil desierto y señor de los extranjeros. Osiris, tiene su rostro negro, como el oscuro humus de la tierra cultivable. Es el dios de la fertilidad y de la resurrección. En asociación de ideas se representa al escarabajo pelotero, cuya usual bola de estiércol en la iconografía egipcia representa al Sol, energía para la vida y sirve como símbolo para Ra, el dios Sol en su forma más clásica.

La evolución hasta nuestros días con el diluvio inundador y el arca que se fija en un monte sagrado y de la que vuelve a surgir la misma tras la retirada de las aguas es más que evidente. Del mismo modo el ente rojo, el fuego, que simbolizan al maligno y aquel otro que representa la vida y la resurrección no necesitan muchas más indicaciones.

Una cuestión particular de los antiguos egipcios es que no construían puentes. Por el simple hecho de que no les resultaban prácticos. Es algo de lo que hoy aún se resiente la geografía del país. El uso de las barcas para cruzar el río se sigue manteniendo a nivel popular milenios después.

Sin embargo, pusieron los cimientos suficientes para el puente cultural que acabó transmitiendo sus creencias y conocimiento dando forma a la civilización de Occidente y gran parte de Oriente. La gran vena fluvial que comparte origen con el Homo sapiens ha resultado ser su compañera e ideario durante los casi 80.000 años que se le supone a la gran migración homínida centroafricana.

VISTO ASÍ, NO DEJA DE SER UNA CURIOSA CIRCUNSTANCIA

Antonio Pulido Pastor
Tottori Trip

Referencias:
Belmonte Avilés, J. A. (2012).- Pirámides, Templos y Estrellas, Astronomía, y Arqueología en el Antiguo Egipto. Editorial Crítica. Serie Mayor. Barcelona
Carcenac Pujol, C-B. (2013).-
Jesús, 3000 años antes de Cristo -un faraón llamado Jesús-. Ediciones la Tempestad.
Guénon, R. (1995).-
Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada. Editorial Paidós Orientalia. Barcelona.
Hobson, J.H. (2006).- Los orígenes orientales de la civilización de occidente. Colección Libros de Historia. Editorial Crítica. Barcelona
Parra, J.M. (2011).-
La Historia empieza en Egipto. Eso ya existía en tiempo de los faraones. Editorial Crítica, Colección Tiempo de Historia. Barcelona
Pulido, A. (2015).- “El monzón del Índico en el origen de las civilizaciones humanas”. Chronica naturae, 5: 81-90
Tyldesley, J. (2011).- Mitos y Leyendas del Antiguo Egipto. Editorial Crítica. Colección Tiempo de Historia. Barcelona